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lunes, 15 de junio de 2009

Vº CERTAMEN LITERARIO CARMEN DE MICHELENA




PREMIO INFANTIL

LA RATONCITA PEREZ
Alejandro Almagro

Viene de un mundo mágico
Para robarte un diente
Y para bajar del techo hasta tu cama
Él hace parapente
¡He dicho él,
Vaya error!
Pues ese ratoncito
Es señora es señora, no señor.
La ratoncita Pérez
La que roba dientes bonitos,
Está muy enfadada,
Todos creen que es un ratoncito.
-¡Ya estoy harta, que machismo,
Hoy por fin se van a enterar,
A ningún niño dinero
Voy a dejar!
¡Vaya catástrofe, menudo lío,
Se quedaron sin dinero
Todos los niños!
Y aprendieron todos por fin la lección:
Que ese ratoncito
Es señora, no señor.
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Alejandro Almagro Santos, tiene 10 años y estudio 6º curso de primaria, le gusta mucho leer y escribir; vive en Córdoba donde ha ganado el concurso "Sebastian Cuevas" dos veces,en su modalidad de relatos cortos (2005) y en poesía.

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PREMIO DE POESÍA

QUE TE QUEDA MUJER
Feliciano Ramos

¿Qué te queda, mujer? Di, ¿qué te queda
cuando tu edad caduca ya vencida?
¿Qué te amarre el esposo con su brida?
¿Qué su rumbo sin norte te conceda

viajar al ritmo terco de su rueda
donde el machismo impone su medida?
¿Ofrecer, porque sí, toda tu vida
y te paguen después con vil moneda?

¿Qué te queda, mujer, el triste oficio
de cumplir tu misión de ama de casa?
¿Quemar tus florecidas primaveras?

¿Eso te queda sólo? ¿Sacrificio?
¿Mirar como en un soplo el tiempo pasa
y tu labor se tira en papeleras?

¿Es justo? Piénsalo. Mira tu ocaso.
¿Quién valoró tu esfuerzo cada día?
Te hicieron un altar de hipocresía
y comulgas las sobras del fracaso.

¿Pidieron tu opinión? ¿Pudiste acaso
protestar con airada rebeldía?
Tu eras una niña todavía
y ya te programaron cada paso:

Ser madre en sacrosanto matrimonio,
de profesión, ¡oh gozo! tus labores,
amamantar los hijos, cantar nanas.

Dime, mujer, ¿cuál es tu testimonio?
¿Soportar de los partos sus dolores
y esperar la llegada de las canas?

¿Qué fue tu amor, mujer, falso alborozo?
¿Te sentiste, mujer, protagonista?
¿O tu esposo, con ánimo egoísta
te daba las migajas de su gozo?

¿Acaso fue tu carne agua de un pozo
para saciar su sed absolutista?
Seguro que sus ansias de machista
te hicieron derramar más de un sollozo.

¿Qué fuiste, sólo sexo, mar desnuda
donde el varón saciaba su apetito?
¿Obligación sumisa en un abrazo?

¿Qué te quedó después, cumplir el rito
de soportar tú sola y sin ayuda
amargos nueve meses de embarazo?

¿Por qué, mujer, por qué vivir de engaños?
¿Por qué siempre en silencio, maltratada,
entre cuatro paredes enjaulada
mirando el paso lento de los años?

¿Pudiste remontar nuevos peldaños
y sentirte persona realizada?
¿Quedaste reducida a fiel criada,
a escudo de continuos desengaños?

¿Fuiste oscuro placer? ¿Mujer objeto?
¿El surco siempre abierto de la siembra?
¿Del trabajo de casa reina y dueña?

¿Te conformas, mujer? Asume el reto
de desterrar miradas de hambre de hembra
y el miedo de que llegue la cigüeña.

Tanto velar, mujer, sin un descuido
para educar los hijos con esmero.
Tanto alargar la lengua del dinero
hasta final de mes, ¿tuvo sentido?

Tanto sufrir, mujer, sobre su nido,
tanta dedicación, tanto te quiero,
¿ahora se te tasa con un cero?
¿el justo precio del deber cumplido?

¿Ser madre para hacerte madre vieja,
ver tus arrugas, tu nevado invierno,
dolor de huesos y pasar cansino?

El tiempo te descarna y despelleja,
te robaron la paz de tu gobierno
y te enfrentas tú sola a tu destino.

¿Te consume la edad? ¿Estás viuda?
¿Pasó la vida como pasa el viento?
¿Qué dejaste, mujer, de testamento
tu alma de dolor, rota y desnuda?

¿Te invade la respuesta de la duda?
¿Tuvo valor tu entrega y sufrimiento?
¿El eco dolorido de tu acento
mastica soledad de lengua muda?

¿Te consuelan los hijos? ¿Algún nieto?
¿La noche permanente de tu luto?
¿Maldecir tu agorera mala suerte?

El libro de tu vida está completo,
falta escribir el último minuto
y sentir los mordiscos de la muerte.

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Feliciano Ramos Navarro nace en Cerro Muriano (Córdoba) .
Es Maestro del primer ciclo de Enseñanza Secundaria, en la especialidad de Geografía e Historia, desempeñando actualmente su profesión en el I.E.S. “Antonio Galán Acosta” de Montoro.
Es miembro fundador y secretario de la Agrupación Literaria de Montoro . Secretario de la Coral Polifónica Montoreña y su Orquesta de Pulso y Púa ( voz de bajo y bandurria 1ª ) . Vocal del Club Recreativo y Cultural “Ilígora”.
Ha sido pregonero, colabora en diversas publicaciones, en jurados literarios, como presentador en actos culturales, en recitales, como ilustrador, como letrista de obras musicales, etc.
Fue elegido “Montoreño del año 2002” de la localidad de Montoro.
Amante de la poesía, ha conseguido en esta disciplina cerca de 300 premios literarios, tanto nacionales como internacionales.


LIBROS DE POEMAS PREMIADOS / PUBLICADOS

. INEVITABLE PEREGRINAJE- PREMIO CIUDAD DE BAENA(CÓRDOBA)
. DUALIDAD VITAL.- PREMIO VILLA DE GRAZALEMA (CÁDIZ)
. MI YO DESDOBLADO- PREMIO MIRANDA DE EBRO (BURGOS)
. EX AMOREM AD MORTEM- PREMIO VILLA DE ESPEJO(CÓRDOBA)
. SIEMBRA DE MOSTO Y VINO- PREMIO VINOS LA MANCHA DE
ALCÁZA DE SAN JUAN (CIUDAD REAL)
. PALPITACIONES MONTOREÑAS- EDITADO POR LA DIPUTACIÓN DE
CÓRDOBA Y EL AYUNTAMIENTO DE MONTORO.

LIBROS DE POEMAS INÉDITOS

. LITURGIA DE EROS
. MEDITACIÓN EXISTENCIAL
. AGÓNICA IMPOTENCIA
. ÚLTIMAS VIVENCIAS
. AMOREM TESTARI
. DOLOR FEMENINO
. PAZ Y AMOR PARA EL OLIVO

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PREMIO DE RELATO

UNA MUJER MARCADA
Alfredo Macias Macias


Me llamo Laura Jiménez y vivo en una silla de ruedas. Tengo veintipocos años, pero mi vida cambió un 11 de Marzo, cuando unos asesinos fanatizados decidieron que mi vida no tenía sentido.

Sigo viviendo en Alcalá de Henares, pero la bomba que estalló en aquel tren fatídico, una fría mañana madrileña, me convirtió por unos días en un personaje popular. Mi foto salió en todos los periódicos, porque estuve ocho días en coma en el Gregorio Marañón, tan hinchada que casi no cabía en la cama del hospital. Unos días antes de la explosión me dijeron que estaba embarazada y pensé que quería comerme el mundo, que amaría con todo mi cariño a aquel ser jubiloso que iba a nacer y que a pesar de todo, la vida podía ser maravillosa.

Yo era una chica joven llena de sueños, que quería casarme con mi novio y pensaba que aquel hijo que iba a venir al mundo era una bendición para nuestro amor. Yo creía en mis semejantes, era una persona convencida de mis ideas y una ciudadana ejemplar que votaba en las elecciones, pensando que entre todos podíamos construir un mundo mejor.

Hoy he apagado la tele con horror, cuando he visto a uno de los acusados del 11 de Marzo, decir con una extraña sonrisa en los labios, que él no participó en la matanza y que condenaba el atentado con todas sus fuerzas. Cuán extraño es el mundo. Hay seres que matan en nombre de un Dios todopoderoso y luego se refugian en sus oraciones, para no sentirse culpables de haber destrozado la vida de sus semejantes.

Yo, hoy por hoy, he dejado de creer en la bondad humana. Durante un tiempo intenté disfrazar mi dolor, acudí a manifestaciones y actos en homenaje a las victimas del terrorismo, pero pronto me dí cuenta que los políticos me utilizaban para su propio beneficio. A nadie le importaba, ni mi dolor, ni mi desgracia y pronto me dí cuenta, que para muchos era un simple objeto que se podía clasificar según su tendencia política. Como una tenebrosa ficha de ajedrez, si apoyaba una teoría estaba contra el Gobierno, si pensaba lo contrario estaba a favor de la Oposición. En medio estaba yo, sentada en mi silla de ruedas y pensando que este mundo no tiene sentido, como si fuera uno de esos personajes absurdos de ese visionario checo llamado Franz Kafka. Cuán cierta la teoría del absurdo, la de que vivimos en un mundo de sombras, donde la casualidad ó el destino, puede cambiar en unos segundos nuestras vidas.

Yo he perdido la fé en la Humanidad, la bomba me estalló a los 28 años, en plena juventud y hasta hubo un tiempo que tomé mi situación con optimismo y hasta llegué a celebrar con mi novio y mis familiares más cercanos, el hecho de que haber salido viva de aquel atentado, era un verdadero milagro, como si el 11 de Marzo, fuera la fecha de mi segundo nacimiento.

El milagro de mi resurrección aún no se lo explica la enfermera que estuvo junto a mi cama tantas noches y que me dijo, que cuando me vió por vez primera, era un cuerpo sin rostro, solo reconocible por la marca de nacimiento que tengo en mi frente. Durante los ocho días que estuve en coma, ví un túnel de luz y sentí una extraña paz interior. En el hospital no encontraban mis pulmones, ni la vértebra que se insertó en mi canal medular. Pero yo veía como lloraban mis seres queridos y seguía viendo aquel túnel de luz que brillaba a lo lejos. Lo extraño es que me pareció ver una lámpara encendida, escondida detrás de un muro y la lámpara parecía estar en un vaso, que resplandecía como la más fulgurante de todas las estrellas.

Yo, Laura Jiménez, sentada en mi silla de ruedas, no sé que me deparará el futuro, solo sé que sigo aferrada a la luz de esa lámpara maravillosa,
que un día ví en un extraño muro y me llenó de una hermosa y extraña felicidad, una felicidad que me hizo perder mi temor a la muerte, precisamente cuando todos pensaban que nunca despertaría de mi sueño eterno…
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ALFREDO MACIAS MACIAS ES NATURAL DE HUELVA Y HA PUBLICADO DIEZ LIBROS ENTRE LOS QUE DESTACAN LAS NOVELAS ''MEMORIAS DE UN SEDUCTOR'', '' HISTORIAS DE AL-ANDALUS'' Y '' LA CASA DE LAS GEISHAS '' Y LOS POEMARIOS '' CEREMONIA DE LA TRANSFIGURACIÓN'' Y '' PREFACIO AL LIBRO DEL ECLESIASTÉS''.
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MENCIÓN DE HONOR

DIETAS AL VOLANTE
Valeria Titarelli

La dieta me está devorando. El intelecto, quiero decir. ¿Cuántas neuronas dicen que tenemos las mujeres? ¿Dos? Pues el régimen me ha trastocado al menos una de ellas. De no ser así, ¿cómo se explica que el Megane burdeos que tengo delante se haya transformado en una enorme tarta de arándanos que, en lugar de tener ruedas, se desliza gracias a cuatro deliciosos donuts de chocolate?
Por cierto que el Megane no se mueve y llevo más de diez minutos detrás de él; desde el cruce Recogidas – Martínez Campos más o menos. Nuevecito nuevecito y con los cristales tintados además, así que no puedo “acordarme” de todos los calvos al volante por si luego resulta ser un ejecutivo de melena engominada. No, si al final llegaremos tarde al colegio y eso que llevo desde las siete en pie, para tener tiempo de purgar mi estómago con la enésima infusión de hierbas antes de despertar a las niñas, darles el desayuno, vestirlas, prepararles la bolsita de cuadritos rosas y blancos con la merienda y salir pitando de casa. ¿Bajo qué conjuro asfáltico rueda hoy mi coche?
Ah…por fin el semáforo cambia y el Megane se decide a arrancar y…y ¡no! Va a entrar en “mi” cochera. Las niñas llegan tarde hoy, fijo. Seguro que quien conduce el Megane Burdeos es un hombre que, ni está a dieta, ni ha despertado a sus retoños, ni ha luchado por embutirles en sus sosos uniformes grises, ni se ha purgado muy de mañana con una infusión. Seguro que le importa poco si hoy en la escuela es el día de la fruta o toca sándwich y por supuesto se tomará todo el tiempo del mundo en echar el freno de mano, sacar de la guantera la tarjeta de acceso al parking, introducirla en la ranura de la maquinita, escuchar el beep de “aceptado, puede usted pasar”, recoger la tarjeta, volver a guardarla en la guantera, encender las luces, quitar el freno y deslizarse suavemente por la rampa, no se le vayan a fastidiar los amortiguadores de su recién estrenada máquina a motor. Y sí, por supuesto que encontrará aparcamiento en la primera planta, justo en mi plaza favorita, al ladito mismo de la puerta de salida, desde la que puedo salir zumbando en busca de las escaleras, en lugar de esperar estresada la llegada de ese ascensor decimonónico que no guarda memoria y siempre, siempre, pasa de largo en mi parada, ya esté yo esperándolo en el segundo, cuarto o quinto piso.
Desde luego el conductor del Megane Burdeos no estará preocupado porque a las nueve o’ clock cierren el portón de educación infantil y no tendrá que bajar la calle para llegar a la otra puerta, llamar al timbre y soportar la mirada displicente de la secretaria – portera que te regaña en silencio porque has vuelto a llegar tarde, porque le vas a pisar la escalera recién fregada, porque tus niñas se van a perder la asamblea de entrada, tan educativa y necesaria a tan tiernas edades.
Pero no, el conductor del Megane no ha conseguido plaza en la primera planta y ahora se pasea a menos cinco kilómetros por hora por los diversos niveles del parking, presentando su nueva adquisición al resto de cuadrúpedos motorizados ya estacionados. Seguro que me quitará “EL SITIO”, ese aparcamiento único y ansiado, privo de columnas y ausente de todo-terrenos voraces que se comen la mitad de la plaza que queda en medio, obligándote a subirte al capó, entaconada y con las niñas a la espalda.
Tampoco sabe nada ese conductor de las ganas que tenía yo de que ese coche no fuese un Megane Burdeos, si no un Polo verde pistacho, el Polo de Juan Pineda, arquitecto y padre de una compañera de clase de mi hija la mayor. Un Polo mimado y limpio – limpísimo, tal y como había comprobado días atrás, durante un escarceo discreto ojeando en el interior del vehículo.
Si ese coche fuese el Polo pistacho de Juan Pineda, nuestras niñas se saludarían y por consiguiente nosotros también y esta mañana sería divina porque su “buenos días” profundo me recorrería íntima e indecorosamente. Entonces él, galante y caballeroso esperaría con la puerta de salida abierta, llamaría al ascensor (a él el aparato le haría caso, desde luego), y yo le daría un poco de conversación a su pequeña y él con mano temblorosa apretaría el botón de planta calle y juntos recorreríamos los cien metros hasta la escuela y nos achucharíamos en la entrada con tantas madres y niños por doquier, como aquella otra vez en el ascensor que me rozó sin querer queriendo y yo no pude evitar pensar qué sensaciones me producirían esas manos de delineante acariciando mi nuca escondida tras la bufanda y…
No, no puedo perderme todo eso por culpa de un estúpido Megane burdeos recién salido del concesionario, así que decido tomar el atajo, bajar a la tercera planta saltándome dos tercios de la segunda, conduciendo contramano a toda velocidad unos cincuenta metros pero… ¡ay! Un Fiat Punto está aparcando y tengo que frenar hasta que finalmente puedo colarme, acelero, giro y sin mirar encauzo la rampa de bajada a la tercera planta y… ¡”mamá”! Gritan las niñas y yo oigo un ruido de chatarra ferruginosa quejarse y… ¡no puedo creerlo! He ido a chocar precisamente con el Megane nuevecito y ahora el conductor se bajará hecho un energúmeno y las niñas se echarán a llorar y no, no puedo ni mirar a la figura masculina que se acerca…” niñas, tranquilas, no ha pasado nada” les digo, bajando avergonzada la ventanilla y deseando que el hombre sea amable por una vez en su vida y no me humille allí delante de mis hijas y…
-Llegamos tarde ¿eh? – escucho mientras abro cabizbaja la puerta, para luego sorprenderme cara a cara con Juan Pineda, el arquitecto, que debe haberse comprado coche nuevo. - ¿Llevamos a las niñas y rellenamos el parte en el Alfaguara? – me consulta y yo pienso que se ha dado cuenta de que yo también desayuno allí, en la otra punta del bar, claro, y la perspectiva de compartir mesa, tostada integral y capuchino me deja sin habla, hasta que las niñas gritan ¡”que cierran el portón”! y yo me meto de nuevo en mi arrugado Corsa mientras considero que después de todo esa sí va a ser una mañana divina porque las palabras de Juan Pineda al cerrar la puerta me acompañan:
-Estás algo cambiada ¿verdad?
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Vinculada al mundo del turismo, es editora en las revistas http://www.yomujer.com/ (destinada a la mujer actual) y http://www.ensentidofigurado.com/ (dedicada a la creación literaria). Ha participado en el libro colectivo Abrapalabra, editado por la escuela de escritores http://www.portaldelescritor.com/
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EL AZUL DEL MAR
Almudena Pérez Lara

Qué bello es el mar. No había tenido el placer de conocerlo.
Jamás imaginé lo enorme que era, porque nunca había visto tal cantidad de agua; pero ahora comienzo a entender lo que cuentan de él. El mar, el inmenso mar, el mar de leyendas y de historias, de tormentas y de guerras.
Me da miedo meter la mano. ¿Puede morderme alguna bestia de las profundidades marinas? Alguna vez, de niña, oí una historia horrible de pescadores que naufragan y vuelven a casa con miembros amputados. ¿Cómo puede algo tan hermoso esconder tantos peligros?
Aún así me atrae inevitablemente el profundo color azul de sus olas. Me gustaría nadar como los delfines, ver las praderas marinas y rozar la arena de las profundidades. ¿Qué habrá ahí abajo?
Miro hacia arriba. Sol, mucho sol y ninguna nube. Hieren los rayos, dañan la vista, hacen arder la piel. Aún falta mucho para el atardecer y hace mucho calor. Cierro los ojos e intento dormir.
Aquí, entre cielo y agua, ya nada importa. Todo carece de valor, no existe el tiempo ni la ley. Me siento libre, libre como nunca, tan libre que no puedo usar mi libertad.
¿Sigues dormido? Haces bien, no hay mucho que hacer y casi es mejor que pase el tiempo rápido. Apenas puedo estirar las piernas y mucho menos ponerme de pie. Si supiera contar bien te diría cuántos somos exactamente. Sólo sé que muchos. No conozco a ninguno y la verdad es que me dan un poco de miedo, aunque eso nunca te lo diría. Eres demasiado pequeño como para entender que tu madre pueda estar asustada.
Hace dos días que embarcamos y creo que estamos perdidos, a la deriva, en algún lugar que a nadie importa. Un punto sobre el océano. No se puede adivinar ninguna costa en el horizonte. Somos una barca de fantasmas vivos.
Te prometí algo mejor. A ti te daba miedo, no querías venir, querías quedarte. Quedarte para morir de hambre. Ahora no sé si voy a cumplir mi promesa. Hace horas que lo dudo.
En el poblado yo ya no podía darte nada. La sequía había acabado con la cosecha de varios años y desde hacía meses sólo comíamos algo de harina cocida. La muerte perseguía a los niños; enfermedades simples que se nutrían de los cuerpecitos huesudos, las piernas y el abdomen hinchados, la inanición sin final a la vista. Y yo me negaba, como tantas otras madres, a verte morir. Si la guerra no pudo con nosotros, el hambre tampoco podrá.
Íbamos a Europa, o eso decían. Ya no sé si creérmelo. Yo sólo veo agua y más agua, aunque no quiero perder la fe en que llegaremos. Habrá quien mire el mar como un elemento salvaje, máxima expresión de la libertad. Yo lo miré como el borde de un precipicio el día que embarcamos, pero sin duda alguna, la única posibilidad de sobrevivir. O la muerte o el mar.
Me duelen los brazos y la cara. Al pasar los dedos noto la piel tumefacta. Te despiertas, quejándote por el calor, a ti también te duele la piel. Y yo te digo que no nos va a pasar nada, que somos fuertes, que hemos pasado más calor en el desierto y hemos soportado más sol en los largos veranos. Nosotros somos de otra especie, somos de azabache. A nosotros el sol no nos puede hacer nada, porque estamos hechos de sombras mi niño.
Refunfuñas, pero pareces creértelo. Te doy el poco agua que nos queda y miras con los ojos muy abiertos el mar. No entiendes que el agua, a la que estás tan poco acostumbrado, nos pueda llevar a otro lugar. Tú sólo sabes llegar a los sitios andando, me dices, y yo me río porque llevas razón.
Comienza a anochecer, por fin. Al menos el sol no seguirá quemándonos. No hay nada de comer, pero tú no te quejas demasiado. El agua refleja los tonos anaranjados del horizonte y hace que la barca se tambalee. ¿Qué pasaría si se volcase? Tiemblo ante la idea y prefiero no seguir pensándolo. La barca se estremece, las tablas crujen, el mar nos golpea.
La luna parece sangrar en el cielo. Hace frío, pero apenas lo noto por el dolor de las quemaduras. Te tapo con algunos paños de algodón; la brisa pasa rápido sobre la piel y arranca todo rastro de calor. Me quedo dormida, acurrucada a tu lado para que, si te despiertas, no tengas miedo.

Las mañanas en alta mar huelen a sal, a algas y a bruma. Sigo sin ver la costa, me siento encerrada, sin salida. ¿Ha sido un error todo esto? ¿En realidad te estoy conduciendo a la muerte? Estoy desesperada, pero prefiero quedarme en silencio. Nadie sabe dónde estamos ni hacia dónde nos dirigimos. El pequeño motor está estropeado y la corriente nos arrastra hacia un lugar desconocido.
¿Por qué la neblina lo borra todo? ¿Se divierte confundiéndonos?
Lloras. No entiendes qué está pasando. Esto no es lo que yo te había prometido. Llevamos tres días sin comer, ni siquiera en el poblado comíamos tan poco. Te duelen las quemaduras y quieres volver a casa. Quieres estar con los otros niños, cazar escarabajos, correr descalzo sobre el suelo árido.
Otro largo día, el sol incansable, que parece clavarse en la carne. Y cae de nuevo la gélida noche, más fría que nunca, cruel, irónica.
Te miro. Eres un bultito cubierto de trapos de algodón sobre las tablas que crujen cada vez más. Inmóvil. Llevas horas sin moverte.
Creo, imagino, que estás dormido. No quiero pensar otra cosa y no voy a comprobarlo. Aún así sigo mirándote.
Mueves levemente el pecho. Eso me basta para seguir con vida unas horas más. Sin ti este viaje ya no tendría ningún sentido. Probablemente, casi con toda seguridad, miraría fijamente al mar y me lanzaría. Nadaría, sería un delfín, vería las praderas marinas, rozaría la arena de las profundidades. Nada de esto, esto que algunos se atreven a llamar vida humana, habría pasado; descubriría los secretos del océano, entendería por qué tiene este color tan hermoso, por qué es tan bello. Quizás por eso algunos nos atrevemos a cruzarlo.

Estoy demasiado cansada. No quiero seguir despierta. No puedo pensar.
Amanece. Pero es demasiado pronto para amanecer.
Abro los ojos. Veo una fuerte luz, enfocándonos, y otras lucecitas rojas. Estás a mi lado asustado, tembloroso. Oigo voces en un idioma extraño.
Un barco con una cruz roja. Alguien, desde la cubierta, nos tiende una mano.
Te sonrío con las pocas fuerzas que me quedan.
Cumplí mi promesa.
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Almudena Pérez Lara nació en Antequera el 25 de junio de 1984. Estudia sexto curso de Medicina en la Universidad de Málaga y primer curso de Ciencias Físicas en la UNED. Fue Premio Nacional de Bachillerato del curso 2001-2002, ganadora del Concurso de Relato breve de la Residencia Universitaria Alberto Jiménez Fraud (2005), primer premio del V Certamen de Relato Breve de la UNED de Plasencia y accésit del Concurso de Poesía de la Universidad de Málaga (2006).
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